viernes, 17 de abril de 2020

viejos chotos


Buena idea esta de Macron. Buena idea esta de Larreta. Confinamiento obligatorio para adultos mayores. “Es por su propio bien”, según los genios autores de la iniciativa. Si se pueden contagiar y llenarnos de viejos achacados el sistema de salud, mejor dejarlos guardados en su casa. La sociedad del siglo XVII estaría encantada con este pensamiento.

Creo, de todos modos, que ambos mandatarios deberían pensar en llevar más allá esta sugerencia. Por ejemplo, si un agente del orden intercepta en la calle a un viejo choto sin permiso para circular, tiene todo el derecho de registrarlo, no vaya a ser cosa que, además de viejo, sea un subversivo. Si el anciano en cuestión tiene en su bolsa de compras un bife de costilla y un par de chorizos, multa inmediata. ¿Cómo se atreve este tipo a taponarse las arterias con colesterol? ¡ Mirá si nos satura las unidades coronarias!

Ni hablar si le encuentran un paquete de puchos ¡alerta máxima! Va a colapsar las terapias intensivas y no alcanzarán los respiradores.

¿Y si lleva una lata de sardinas o un paquete de papas fritas? Es un inconsciente. No tiene idea del exceso de sodio y el peligro de la hipertensión. Multa por atentar contra las salas de cardiología.

Si un agente de la ley detiene a una mujer adulta mayor sin permiso, y encuentra entre sus pertenencias un gotero con aceite de cannabis –o peor aún- ¡un porro!, cárcel inmediata por colapsar los centros de salud mental y no confiar en las bondades químicas de la medicina tradicional para tratar su artrosis. 

Y para finalizar, podría pasar que en su recorrida habitual, un policía, gendarme, prefecto o agente de tránsito, lo mismo da, encuentre circulando a un jovato, mayor de 70, que lleva en su mano una receta y una pastilla de viagra. El representante de la ley deberá, en este caso, llamar inmediatamente a un patrullero para confinar a este degenerado que puso en alerta a todos los servicios de urología. Lo único que falta: ¡encima que están en riesgo, se les ocurre coger!

En definitiva, señores Macron y Larreta, no se preocupen. La pelotudez es algo que, a veces, también se cura con el paso del tiempo.

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